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Luz en la ventana

El club de los comensales solitarios.

"Precisamente ahora" (David DeMaría)

Si tuviésemos que volver a escribir la canción de los Beatles, no habría mejor título que ese. Los comensales solitarios pululamos sin rumbo, pero con los estómagos muy llenos por los pasillos y la propia cafetería de la facultad. Somos seres normales, como tú, con nuestros estudios universitarios y nuestras especialidades, con nuestros apuntes y nuestra soledad. Cada uno de nosotros representa un universo paralelo, sin embargo, tenemos en común el ser comensales solitarios de la Universidad.
Son las dos de la tarde, termina la clase de lingüística y da comienzo mi hora libre, esa que tanto envidian C y LO, que deben dar clases hasta las cuatro sin ningún descanso. Yo no la deseo, es más, me paso toda la mañana haciéndome la idea que esa hora debe llegar, y es mejor pasarla lo antes posible. Salgo de clase, (voy al servicio si tengo necesidad) y me dirijo a la cafetería. Allí, los camareros con camisa de rayas azules me atienden; concretamente uno alto, muy moreno y con flequillo, una mancha oscura en su antebrazo (no recuerdo exactamente cuál) y cara de agotado desde las ocho y media de la mañana. Después de mirar la carta (ya sé de memoria todo lo que hay), pido. Pero para entonces ya me he dado cuenta de que no soy la única que come sola. No todos los días veo a las mismas personas: cada día son rostros distintos, aunque lo curioso es que existen (existimos), que conviven (convivimos) con su (nuestra) soledad y su (nuestra) tapa o bocadillo correspondiente. Me he encontrado con treintañeros canosos, pijas, hippies, extranjeras, chicas normales, chicos con gafas y caras de listos, gorditos ansiosos de comida... Solos. Comiendo a menos de dos pasos unos de otros. Y seguimos solos. Nos gusta la soledad. A mí particularmente no, aunque es muy cómodo comer sin tener que hablar con nadie o pedir algo que está a dos kilómetros de ti.
En la cafetería somos muchos, otros tantos en los pasillos o en los patios exteriores. Yo creo que si nos uniésemos, podríamos hacer amigos, y sobre todo, comer juntos. En el fondo, somos masocas, y nos gusta nuestro rellenado estómago solitario. El club de los comensales solitarios existe, sólo que estamos dispersos en la sociedad. Nosotros y nuestra nutritiva soledad.

1 comentario

aitor -

recuerdo mi breve paso por la univerdidad. Nunca fui capaz de comer en el comedor a solas. Y no porque estuviera solo, sino porque estaba solo rodeado de gente que no lo estaba. Ahora vivo solo, como solo casi a diario, pero bien, a gusto. Sin testigos de mi soledad. Las cosas de la timidez.
Aitor